Una frustración al leer el libro de Job es darnos cuenta que
él no tenía conocimiento de la «escena de la sala de trono.»
No sabía acerca del intercambio que se dio entre Dios y
Satanás. Si lo hubiese sabido, tal vez lo habría ayudado, o tal vez
habría empeorado las cosas.
Satanás está allí, haciendo lo que su nombre implica, acusando
a Job de servir a Dios sólo porque hay algo en ello para él. «Quita
la bendición», sisea el acusador, «y Job se derrumbará como un
castillo de naipes.»
Lo que me perturba más acerca de la escena de la sala del
trono también es aquello en lo que encuentro el mayor consuelo
en cuanto a ella — la clara autoridad de Dios sobre Satanás. Él
debe recibir permiso del Señor antes de poder hacerle algo a Job.
Dios claramente delimita hasta dónde puede ir.
Pero esto también es lo que más me atribula. ¿Cómo pudo el
Padre, quien tanto aprecia a Su hijo Job, permitir que semejante
ataque se desate sobre él? No pretendo entender el misterio del
sufrimiento tal y como se presenta en Job, pero hay tres cosas que
me parecen claras a este respecto.
La primera es la soberanía de Dios sobre el sufrimiento. Al
final, si creemos que Él es el Abba que Jesús reveló, no querríamos
que fuera de ningún otro modo. Dios es soberano incluso sobre
el sufrimiento.
Segundo, no creo que la historia de Job sea única. La escena
de la sala del trono es algo que sucede continuamente. Jesús le
dijo a Pedro, «Satanás os ha reclamado para zarandearos como a
trigo» (Lucas 22:31). Pedro sufriría, como Job. Pero también, al igual
que él, su sufrimiento le traería gloria a Dios. Ésta es la razón por
la que Pablo podía decir que nunca seremos tentados más allá de
nuestra capacidad para soportarlo (1 Corintios 10:13).
Finalmente, lo que se ha llamado el gran milagro de Job se
relaciona con la escena de la sala del trono. Ésta es la movida de
Dios. El que está sentado en el trono en el capítulo 1 desciende
en el capítulo 38, conmovido por el lamento de Job. Su presencia
es la única respuesta que el libro ofrece al misterio del
sufrimiento. Él está con nosotros en nuestro dolor. —MC