En 1867, en una granja de Sudáfrica, Erasmus Jacobs, de quince años de edad, encontró una piedra que relucía bajo el sol. Al poco tiempo, un vecino se enteró de aquella roca brillante y quiso comprársela a la familia. Desconociendo su valor, la madre de Erasmus le dijo a su vecino: «Si la quiere, llévesela».
Con el tiempo, un mineralogista determinó que la piedra era un diamante de 21,25 quilates sumamente valioso. Llegó a conocerse como «el diamante eureka» (la palabra griega eureka significa «¡lo encontré!»). Poco después, el valor de los campos cerca de la granja de los Jacobs aumentó enormemente. Bajo tierra, había uno de los depósitos de diamantes más rico que se haya descubierto.
Jesús afirmó que el valor de ser parte del reino de Dios es como un tesoro: «Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo» (Mateo 13:44).
Cuando ponemos nuestra fe en Cristo, se produce un «momento eureka» espiritual. Dios nos perdona por medio de su Hijo. Es el tesoro más maravilloso que pueda encontrarse. Desde ese momento, toda la vida puede empezar a centrarse en el valor de convertirse en un miembro gozoso de su familia eterna. Tenemos el gozo de compartir con otros este valioso descubrimiento.