Alo largo de los años he tenido la triste experiencia de
encontrarme con algunas personas desleales.
Recientemente, un amigo pastor tuvo que despedir a un
miembro del personal de la iglesia debido a su descarada
deslealtad. El hombre no ponía de lado su propia agenda personal
por el bien común. Comenzó a socavar al pastor y a otros
miembros del personal para que él y sus ideas se vieran bien. Este
comportamiento comenzó a afectar al ministerio e hirió
sentimientos, y debilitó el sentido de dirección y unidad. El pastor
trató de trabajar con este hombre de de varias diferentes maneras,
pero cuando se llegó al meollo del asunto, a éste simplemente no
le importaba nadie más que él mismo y salirse con la suya
— sufría de un mal caso de deslealtad a los demás.
La deslealtad celebra el yo y no ve con buenos ojos el
sacrificio personal. Una persona desleal no dirá, «Lo importante
no es lo que yo quiera sino lo que quiera el grupo» o «Creemos
un escenario en el que todos ganen. Tú puedes ganar y nosotros
podemos ganar.» No es de sorprender que haya tantas personas
sintiéndose distanciadas y aisladas.
La lealtad es el pegamento de las relaciones. Una persona
leal dice, «Te amo, y quiero poner de lado mis intereses para
que podamos alimentarnos y desarrollar esta relación.»
Las organizaciones no pueden tener éxito en el largo plazo a
menos que cuenten con personas leales en sus bases. Sin lealtad,
no hay fundamento para la confianza o un sentido de unidad. No
se puede confiar en las personas si no se cree que van a hacer lo
que se tiene que hacer para que el bien mayor pueda alcanzarse.
Por otro lado, la lealtad es preciosa y atrayente donde se
encuentre. Ésa es la razón por la que Pablo habló acerca de su
querido y leal amigo Epafrodito en Filipenses 2:25-30. Un amigo
leal hará lo que sea necesario para contribuir a la unidad y para
alcanzar la voluntad de Dios. La base para la lealtad es un
compromiso común a una causa y a una relación. ¿Se te conoce
por tu lealtad? —CWL