Aun cuando no te conozco personalmente, sé algo acerca de
ti, si es que eres un creyente en Jesús. Sé que hubo un
momento en tu vida cuando apenas si pensabas en el
pecado en absoluto. Puede que hayas sentido algunos vagos
retortijones de culpa o remordimiento al enfrentarte con alguna
consecuencia, pero, por regla general, no experimentabas
condenación alguna.

Sin embargo, cuando viniste a Jesús, todo eso cambió. Antes
de recibir la salvación, podías decir y hacer cosas sin pensarlo dos
veces, pero ahora el Espíritu te convence de lo que está mal.
Antes, rara vez pensabas en el pecado, pero ahora lo ves por todas
partes — especialmente en tu propia vida. Romanos 6:17-18
describe este cambio de perspectivas: «Pero gracias a Dios, que
aunque erais esclavos del pecado, . . . y habiendo sido libertados
del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia.»
Antes de conocer a Jesús personalmente, somos esclavos del
pecado y apenas si pensamos en la justicia. Después de venir a Él,
somos esclavos de la justicia y frecuentemente pensamos en el
pecado.

¿Eres esclavo de la justicia? Tal vez no estés seguro. Da esta
prueba de tres puntos: Sé que soy un esclavo de la justicia si . . .

• Soy exactamente conciente de la injusticia dentro de mí. Cuando
pecas, se da esta mega-convicción. Tu corazón sufre.

• Cuando he pecado, tengo que arreglarlo. Sientes la necesidad de
pedirle perdón a Dios primero y luego de hacer restitución a
cualquiera que haya recibido daño por causa de tu pecado.

• Al enfrentarme a una decisión, pregunto, «¿qué le agradaría a Jesús?»
Los verdaderos esclavos de la justicia quieren hacer lo que le
agrada al Señor.

Un esclavo sólo puede servir a un amo. O sirves al pecado o
sirves a la justicia. Del mismo modo, sólo Jesús puede ser el
primero en tu corazón; no puede ser el segundo, o el tercero. Ser
un esclavo de la justicia no significa que no luches con el pecado,
pero sí significa que la pasión cada vez más grande de tu vida es
servir, honrar, y agradar a tu Amo — Jesús, ¡en todo! —JM