Una parte pequeña de mi jardín parecía no poder cobrar vida. La hierba siempre era escasa en ese lugar, al margen de cuánto la regara.
Así que, un día, hundí una pala en este terreno problemático y descubrí el problema: justo debajo de la superficie había una capa de piedras de unos ocho centímetros. Entonces, reemplacé las piedras con tierra fértil de la mejor clase, donde las semillas nuevas pudieran arraigarse.
Jesús habló de las semillas y de los terrenos. En una parábola de Mateo 13 sobre lo que sucede cuando la semilla del evangelio se planta en diversos tipos de tierra, dijo que aquellas que caen sobre las piedras, «donde no [hay] mucha tierra», crecen rápidamente, pero después mueren al sol (vv. 5-6). Hablaba de los que han escuchado y recibido el evangelio, pero el mensaje no ha echado raíces en sus vidas. Cuando surgen problemas, estas personas (que no son creyentes genuinos), desaparecen.
Cuán agradecidos podemos estar por las palabras de Jesús que concluyen esta parábola: «Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto…» (v. 23). Es un recordatorio maravilloso del privilegio y la responsabilidad que acompañan a nuestra salvación.
Alabemos a Dios por la semilla del evangelio y por el terreno del crecimiento espiritual.