Él no debió haber estado allí y lo sabía. Pero el dolor, el aislamiento, la humillación . . . estaba desesperado. ¿Era esto todo en su vida — gritar «¡Inmundo! ¡Inmundo!» a cualquiera que estuviera lo suficientemente cerca para oírlo? ¿Llevar puestos harapos que le dieran señal a la comunidad de su condición de enfermo? ¿Sentirse tan adolorido? ¿Sentise tan solo?
Hacía mucho que nadie lo había abrazado. Un abrazo envilecería a su esposa, a sus familiares, y a sus amigos. Eso es lo que la ley decía acerca de tocar a un alma leprosa como él (Levítico 5:2-3). Él conocía bien la ley, tanto de palabra como en experiencia. Ésta decía, «Vivirá solo; su morada estará fuera del campamento» (13:46). Y así lo hizo.
¿Pero acaso podría este rabí cambiar las cosas? Había sanado a otros. ¿Estaría dispuesto a arriesgarse a verlo? No tengo nada que perder y posiblemente todo para ganar, pensó. Creo que Él es quien dice que es. Lo intentaré. Sólo tengo que acercármele.
Se acercó, un poquito temeroso. Los rabinos conocían las reglas — pero Él no se atenía a las reglas. Este Hombre era tan diferente de los demás maestros de la ley. Tan, bueno . . . compasivo.
«Por favor», suplicó, con el polvo empeorando la piel desgarrada en sus rodillas. «Si quieres.»
«Quiero,» respondió el rabino. ¡El hombre santo lo tocó! Y . . . ¡la piel! ¡Comenzó a cambiar!
Si, por supuesto que iría a ver al sacerdote, ofrecería los sacrificios, haría todo lo religioso. ¿Quedarse callado? Bueno, si Jesús insistía(aunque posiblemente se lo mencionaría a Erasmo y a Tobías. Ellos también necesitaban sanidad. Por cierto que guardarían el secreto).
No lo mantuvieron en secreto. Y pronto Jesús ya no podía entrar en una ciudad, sino que se dirigía a la periferia en las afueras de la comunidad. A lugares aislados y solitarios.
Con un toque compasivo, Jesús le restauró la vida física y social a un hombre. Rompió las reglas religiosas, tocó lo intocable, y terminó fuera del campamento.
Llámalo «intercambio de lugares.»
Llamálo «amor compasivo.» —SV