El mes pasado, tuve buenas noticias del oculista: mi visión de lejos había mejorado. Bueno, pensé que era una buena noticia hasta que una amiga me informó: «La visión de lejos puede mejorar con la edad; la de cerca puede disminuir».

El informe me hizo pensar en otra clase de mejora en la visión a distancia que he observado en algunos creyentes: los que conocen al Señor desde hace tiempo o que han atravesado grandes pruebas parecen tener una mejor visión del cielo que los demás. Su visión eternal ha mejorado, y la de cerca, «terrenal», ha disminuido.

Como el apóstol Pablo tenía esta clase de visión, instó a la iglesia de Corinto: «Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; […] pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:17-18).

Por ahora, luchamos con nuestra «visión». Hay una tensión entre disfrutar de todo lo que Dios nos ha dado en esta vida y creer lo que el teólogo Jonathan Edwards afirmó sobre nuestro futuro: «Ir al cielo para disfrutar plenamente de Dios es infinitamente mejor que las residencias más placenteras de este mundo». Ver al Señor será la visión perfecta.