Mi amiga Elisa tiene una manera maravillosa de poner la vida en la perspectiva apropiada. Una vez, le pregunté: «¿cómo estás?», y esperaba que me contestara con el habitual: «bien». En cambio, dijo: «¡Tengo que despertarlo!». Le pregunté qué quería decir, y bromeó: «¿No lees tu Biblia?». Después, explicó: «Cuando los discípulos se enfrentaron con un problema, corrieron a despertar a Jesús. ¡Yo también iré corriendo a verlo!».
¿Qué hacemos cuando estamos atrapados en una situación complicada y sin saber hacia dónde ir? Quizá, como los discípulos que se enfrentaron con una tormenta amenazadora, corremos hacia Jesús (Marcos 4:35-41). Sin embargo, a veces, tal vez tratamos de salir del apuro vengándonos, difamando al que nos causó el problema o escondiéndonos desesperados y atemorizados en un rincón.
Debemos aprender de los discípulos que acudieron rápidamente a Jesús como su única esperanza. Tal vez Él no nos libere de inmediato, pero ¡recordar que está en nuestra barca marca la diferencia! Gracias a Dios, Él siempre está con nosotros en las tormentas de la vida, y dice cosas tales como «calla, enmudece» (v. 39). Así que, míralo en medio de tu tormenta y deja que te llene de la paz que surge de saber que Él está cerca.