Desde que era niño, me encanta el béisbol. En especial, me gustan los Tigers de Detroit. Sin embargo, hace poco, su mal juego y la cantidad de partidos perdidos al inicio de la temporada me frustraron terriblemente. Entonces, para mi bienestar personal, me tomé un descanso. Pasé cuatro días evitando todo lo que tuviera que ver con mi equipo favorito.
Durante esos días sin los Tigers, empecé a darme cuenta de cuán difícil es dejar cosas a las que uno se ha acostumbrado. No obstante, el Señor a veces quiere que lo hagamos.
Por ejemplo, tal vez estemos participando de una actividad que nos ha absorbido, y sabemos que sería mejor limitarla (ver 1 Corintios 6:12). O quizá tengamos una costumbre o práctica que somos conscientes de que a Dios no le agrada, y debemos dejarla porque amamos al Señor y deseamos glorificarlo con nuestra vida (15:34).
Cuando descubrimos cosas que interfieren en nuestra relación con Dios, Él puede ayudarnos a dejarlas, ya que nos ha dado la salida (1 Corintios 10:13), y el Espíritu nos capacita para hacerlo (Romanos 8:5).
Pidámosle que nos ayude a no impedir que su gloria brille a través de nosotros.