En 1987, nuestra familia se mudó a California porque yo iba a servir como pastor en una iglesia en la zona de Long Beach. El día que llegamos, mi secretaria fue a buscarnos al aeropuerto para llevarnos a casa. Cuando nos mezclamos entre el tránsito, lo primero que vi fue un cartel autoadhesivo en un auto, que decía: «Bienvenido a California… ¡Ahora vuelve a tu casa!». No era precisamente una bienvenida cálida ni alentadora al soleado sur californiano.
Me pregunto si nuestra vida a veces envía señales similares a las personas que nos rodean. Ya sea que estemos en la iglesia, en el vecindario o en reuniones sociales, ¿actuamos a veces de manera que los demás no se sientan bienvenidos a nuestro mundo?
En Romanos 12:13, Pablo instruyó a sus lectores a practicar la hospitalidad. El libro de Hebreos avanza un poco más: «No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (13:2). Cuando somos bondadosos y amables con quienes se cruzan en nuestro camino, nos hacemos eco de la invitación del Señor Jesucristo respecto a la salvación: «… el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente» (Apocalipsis 22:17).
Demostrarle a una persona hospitalidad y amor puede ser el primer paso para indicarle el camino al cielo.