«La historia está escrita por los vencedores.» Esta mantra común la repiten incesantemente muchos filósofos postmodernos — algunos de los cuales son historiadores que creen que es raro encontrar relatos históricos que sean verdaderamente exactos. Nos dicen que los «vencedores» controlaban el flujo de información y publicaban cualquier relato que los favoreciera — en otras palabras, mera propaganda. Por ejemplo, parece que muchos antiguos faraones egipcios normalmente ordenaban que los monumentos jeroglíficos a su memoria destacaran grandes «victorias,» las cuales en realidad fueron derrotas humillantes.
Es verdad que los relatos históricos tienen que evaluarse cuidadosamente, porque muchos, con toda probabilidad, incluyen tanto verdad como falsedad. Es seguro que los buenos historiadores examinarán todos los relatos que se comparen entre sí y luego los considerarán a la luz del presente. Por ejemplo, los historiadores nazis podrían haber hecho todas las afirmaciones que quisieran en cuanto a victorias finales, pero el presente nos dice otra historia: ellos perdieron.
La historia también puede evaluarse examinando el carácter y la consistencia de los testigos. Tal es el caso para la fe en la veracidad de la Biblia. Aunque aquí se da un caso en que son los «vencidos» los que cuentan la historia. Sin importar las fuerzas abrumadoras que se desplegaron contra los primeros seguidores de Jesús, quienes fueron torturados de manera despiadada por los vencedores, la verdad de la resurrección de Jesús y del amor del Padre fueron fuerzas incontenibles.
Uno de aquellos antiguos y perseguidos «vencidos» fue el apóstol Juan, un discípulo tierno y amoroso de Jesús. En Juan 19, escuchamos una declaración suya que suena mucho a un firme «sí» como respuesta a la típica pregunta que se hace en un juicio: «¿Jura decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad?» En este relato, Juan afirma la veracidad acerca de la crucifixión de Jesús. Más tarde, él y Pedro y Pablo, quienes de hecho fueron asesinados por los llamados vencedores, dan fe de la resurrección y la ascensión de Jesús.
Dos mil años y millones de creyentes después, el hecho histórico de la victoria de Jesús sobre la muerte se ratifica como ningún otro. —DO