El verano pasado, mi esposo y yo organizamos un concierto para reunir fondos para una investigación sobre cáncer infantil. Habíamos planeado realizarlo en nuestro patio posterior, pero el pronóstico del tiempo era malísimo. Horas antes del evento, empezamos a llamar a los más de 100 invitados para informarles sobre el cambio de lugar. Cuando nuestros amigos y familiares comenzaron a acarrear comida, adornos y equipos desde nuestra casa hasta el gimnasio de la iglesia a la que pertenecemos, nuestra hija Rosie dedicó un momento para abrazar a su padre y recordarle en nombre de los hijos y los nietos: «¡Papá, no te preocupes! Nosotros te respaldamos».

Escuchar esa expresión brinda consuelo porque nos recuerda que no estamos solos. Alguien está diciendo: «Aquí estoy. Me encargaré de cualquier cosa que pases por alto. Seré tu segundo par de ojos y manos».

Mientras los israelitas escapaban de una vida de esclavitud, Faraón envió su ejército de carros y jinetes para que los persiguieran (Éxodo 14:17), pero «el ángel de Dios […] y asimismo la columna de nube que iba delante de ellos se apartó y se puso a sus espaldas» (v. 19). De esa manera, Dios los ocultó y protegió durante la noche. Al día siguiente, dividió el Mar Rojo para que pudieran cruzarlo sin peligro.

El Señor también nos dice que no nos preocupemos, ya que «si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Romanos 8:31).