Mi hijo Mark y yo salíamos de Clyde Peterson Ranch, en Wyoming, Estados Unidos, para volver a casa. A lo lejos, vimos un pájaro enorme posado en un árbol solitario y contemplando un profundo cañón. Cuando nos acercamos, el águila dio un salto y empezó a volar, mientras el sol matinal se reflejaba en sus alas de rayas doradas. Su inmenso tamaño y belleza nos maravillaron e hicieron que nos sintiéramos privilegiados de poder ser testigos de esta majestuosa demostración de la inmensa creatividad de Dios.
La creación exhibe los «hechos maravillosos» de Dios (Salmo 145:5). Y cuando nos detenemos a meditar en esas obras, no podemos evitar asombrarnos mientras nuestra mente y espíritu son impulsados a reflexionar en el carácter del Dios que las hizo.
Esa águila dorada nos relató a mi hijo y a mí una historia sobre el genio creativo de nuestro Señor poderoso. Lo mismo hace el pájaro cantor que revolotea, la cierva con su cervatillo juguetón, el embate de las olas, y las delicadas florecillas como el aciano y la lechuga de minero. En los momentos y lugares más inesperados, Dios nos revela su gloria a través de lo creado. Esos instantes providenciales e inesperados son oportunidades para meditar «… en [sus] hechos maravillosos» (v. 5).