Dan Squires fue atropellado por un tren de pasajeros urbano cuando iba a casa del trabajo. Sus acongojados parientes hicieron los arreglos para su funeral con el ataúd cerrado, pero mientras observaban cómo el cuerpo de Dan era colocado en el coche fúnebre, su hija adulta, Trina, recibió una llamada telefónica . . . Era su papá.

Trina sostuvo el teléfono, helada. «Hay un fantasma hablándome por el teléfono,» dijo. «Por favor, que alguien trate encontrarle sentido a esto, porque me estoy volviendo loca.»
Aparentemente, su tía había hecho una identificación errada, y Dan nunca supo que sus parientes pensaban que estaba muerto. La única manera por la que se enteró fue cuando leyó su propio obituario en el periódico.

¿Puedes imaginarte a Dan en el día de su funeral? Se despierta y realiza su ritual matutino, el desayuno y el periódico de la mañana. Mecánicamente  vaga por las editoriales, los deportes, los obituarios —nada de gran interés, como de costumbre. Y luego lo ve— no debería estar disfrutando del rico café matutino ni sentir expectativa alguna por el nuevo día — está muerto.
Él sabe que no es cierto, pero el periódico lo dice: Él es historia.
Me pregunto si Job sintió un desconcierto similar. Su familia había sido desgarrada y destrozada y su riqueza se había desintegrado, cuando varios amigos bienintencionados vinieron a ofrecer su consejo. Amablemente intentaron con paciencia hacer que él admitiera lo que ellos creían que era obvio: Job ha pecado, y Dios lo está castigando. Cuanto antes lo reconozca, tanto más pronto Dios calmará Su feroz ataque.

Zofar lo confronta directamente, llamándolo mentiroso. Desafía la teología de Job y cuestiona su recuerdo de cómo se desarrolló la calamidad. Job persiste en que no ha hecho nada malo, y Zofar insiste en que sí lo ha hecho.

Eso es suficiente como para volver loco a un hombre . . . cuando las personas dicen que eres algo que no eres . . . cuando las personas creen que saben más acerca de tu fe que tú. Job tuvo que mantenerse de pie solo contra amigos que eran desacertados, e incluso cuando Dios permaneció en silencio. Él sabía lo que era verdad, y simplemente tuvo que aferrarse a ello. —WC