La historia de los diez leprosos a quienes Jesús sanó siempre fue una favorita de la escuela dominical. Se nos recordaba cuán desagradecidos habían sido los nueve leprosos. Ni siquiera se molestaron en decir «gracias».

A menudo me he preguntado por qué no regresaron unos cuantos más de ellos. ¿Por qué pensaron tan poco en Aquel que los había tocado cuando nadie más lo haría, que los había sanado cuando a nadie más le importaba?

No se nos da mucha explicación al respecto, pero al menos podemos suponer lo obvio: tenían otras cosas que hacer. Estaban ocupados, tenían familias a quienes ver, una vida que continuar. Todo ello es comprensible, perfectamente razonable, incluso necesario. Ciertamente ninguno de nosotros puede culpar a aquellos leprosos de quedarse extáticos con sus nuevas vidas.

Eso es lo que hace de aquel único leproso una imagen tan poderosa, porque regresó a dar las gracias. Se detuvo. Recordó que había algo más que simplemente la prisa por «regresar a la vida normal», obsesionado con todo lo que había perdido, con todo lo que había que hacer.

Él recordó que la gratitud toma tiempo, espacio para respirar, algo que la escritora Wendy Wright llama «espacios de respiración». Ser agradecidos, vivir dentro del ritmo de la gratitud es un acto sencillo. Es algo tranquilo, apacible, que se alimenta en el corazón que ha tomado tiempo para pensar, reflexionar, preguntarse y luego, maravillarse ante la gracia que se ha mostrado.

La gratitud comprende la sencillez de una palabra dicha, de una sonrisa dada y de una oración elevada. La gratitud declara que más no siempre es mejor, mientras que menos a menudo sí lo es.

La historia de Lucas destaca que aquel que regresó era un samaritano, un extranjero. Tal vez tenía menos distracciones que los demás, menos expectativas, o incluso menos oportunidades. Muchos habrían visto su posición como una tragedia, como una vida a la que se le había robado su potencial.
Jesús la vio como una bendición. El leproso agradecido no se distrajo por el ruido que exigía su atención, y pudo experimentar el simple gozo de la gratitud.  —WC