«¡Nadie jamás me escoge!», decía llorando mi hijita de 7 años de edad. Escuché mientras me contaba cómo cada día en su clase, todos se sentaban en un círculo, y una persona especial de la semana elegía quién borraría la pizarra y quién cambiaría la fecha en el calendario. Le corrían lágrimas por las mejillas cuando dijo: «Quiero que me elijan, mamá. Nadie me escoge.»
De hecho, llegamos a descubrir que Aleigha ciertamente había sido elegida, pero no la habían escogido ciertas personas que ella quería que la eligieran. Para una niña de primer grado, todo esto es muy complicado y un asunto muy serio.
Le dí un abrazo y la tranquilicé diciéndole que tenía una tonelada de amigos y que algunas veces las personas no nos escogen para algunas cosas, incluso personas a quienes les caemos bien. No me entusiasma demasiado haber tenido que informarle esta dura realidad de la vida. Esperaba que de alguna forma ella pudiera escapar al menos de ésta.
Pero no, en algún momento de nuestra vida, ninguno de nosotros se escapa del sentimiento de que nos excluyen, de que nos dejan atrás y de que nos pasan por alto. Incluso yo he sentido eso de adulta: cuando no me invitan a una fiesta, o no me escoge para cantar el solo en la cantata de Navidad de la iglesia, o no mencionan mi nombre por el trabajo que hice en algún proyecto. Estas cosas suenan insignificantes ahora, pero en el momento dolieron de verdad porque me sentí como si yo no importara. Así es como mi dulce hijita se sintió ese día.
Si alguna vez te sientes ignorado o crees que pasas desapercibido, recuerda todo lo que Dios hizo para elegirte (Filipenses 2:6-8). «[Te] escogió en Él antes de la fundación del mundo» (Efesios 1:4). Él pagó el precio máximo por ti. Tanto le importas. Él sabía que estabas perdido; te quería de vuelta.
Y Él te ha elegido para que le pertenezcas. ¡Dios te escogió! —AS