Una mañana de otoño, antes del amanecer, iba en mi automóvil a trabajar. De pronto, me sobresaltó un destello pardo frente a las luces delanteras, seguido del ruido de algo que golpeó contra el capó. ¡Había rozado un ciervo a unos 110 km (70 millas) por hora! Fue solo un golpe de refilón, y el coche no se dañó (tampoco el ciervo, hasta donde pude observar), pero sin duda, me impresionó. Como de costumbre, conducía en «piloto automático» por el conocido camino a la oficina, pero la conmoción del incidente hizo que prestara más atención. Seguí más alerta y tratando de calmar los acelerados latidos de mi corazón. Fue un servicio de despertador sumamente desagradable.
El apóstol Pedro nos ofrece una clase diferente de advertencia; bastante desagradable, pero necesaria. Nos alerta sobre una batalla espiritual que libramos contra un enemigo poderoso. Advierte: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pedro 5:8). ¡Nos llama a despertarnos, a ver el peligro y a estar preparados para sus ataques!
Solo al tomar conciencia del peligro que enfrentamos cada día, buscaremos intencionalmente la ayuda necesaria. Y solamente si estamos alertas, nos apoyaremos en la fortaleza de nuestro Señor, el cual es más fuerte que nuestro enemigo espiritual.