Si uno conduce hacia el sur, desde nuestro hogar en Boise, Idaho, verá un cerro volcánico que se alza detrás de los árboles al este de la carretera. Este es el punto de partida desde donde se trazaron los límites del estado de Idaho.

En 1867, cuatro años después de establecerse el territorio, Lafayette Cartee, agrimensor general de los Estados Unidos, comisionó a Peter Bell para que delimitara el nuevo estado. Este tomó un trineo y colocó un poste de metal en un pequeño montículo en la cima de aquel cerro, y lo declaró el punto de partida de su trabajo.

Dicha inspección sentó las bases para identificar los territorios: los distritos se designan según su ubicación al norte o al sur de aquel punto de partida; las cadenas montañosas, al este o al oeste. De este modo, uno siempre sabe dónde está exactamente.

Nosotros podremos leer muchos libros, pero la Palabra de Dios es nuestro «punto de partida», el mojón de referencia. Juan Wesley leía muchísimo, pero siempre se autodesignaba un «hombre de un solo libro». Nada puede compararse al Libro de los libros, la Palabra de Dios. Cuando permitimos que la Biblia nos guíe en todo los aspectos de la vida, podemos decir con el salmista: «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca» (Salmo 119:103).