«Básicamente, vamos a detener sus pulmones y yo respiraré por usted.» on esas «reconfortantes» palabras, el anestesiólogo dio fin a nuestra pequeña reunión pre-operatoria. Mientras me estiraban en la camilla, listo para ser empujado a la habitación de al lado para una cirugía menor, mis pensamientos regresaron a lo que acababa de escuchar. ¿Detener mis pulmones? ¿Mantenerlos funcionando por medio de una máquina? ¿Cuenta esa cosa con alguna batería de reserva?

Afortunadamente, la máquina funcionó bien y el cirujano eliminó hábilmente una masa de mi cuello. Cuando desperté de la anestesia sentía un poco de dolor en la garganta debido al tubo que me había suministrado oxígeno. Me habían mantenido con vida y habían controlado mi respiración mientras el doctor hacía su trabajo.

Tengo que admitir que fue un poco alarmante escuchar que mi respiración iba a realizarse por vía mecánica. Lo que había sido una función natural ahora iba a estar bajo el control de otra persona. Simplemente yo ya no estaría involucrado en esta respiración.

Algo similar ha ocurrido en mi vida espiritual. Cuando recibí a Jesús como Salvador dejé atrás mi derecho sobre mi cuerpo (con todo y pulmones). Pablo escribió a la iglesia en Corinto: «Pero el que se une al Señor, es un espíritu con Él» (1 Corintios 6:17). La palabra unees la misma que se usa en el versículo 16 para describir lo que ocurre en una relación física con una prostituta.

¿Por qué hacer esta comparación? Pablo quería que entendiéramos la magnitud de la unión sagrada que comenzamos a tener con Dios cuando hemos renacido por medio del Espíritu. Es tan real como una unión física.

Para aclarar esto, Pablo declaró de manera sucinta: «No sois vuestros» (v.19). Esto significa que mi cuerpo —una morada santa de Dios— nunca debe unirse sexualmente con otra persona fuera del matrimonio. Esto mancillaría mi unión con Dios, por cuanto Su presencia en mí es tan real como el aire que respiro.  —TF