Isaías se refirió al Mesías venidero —Jesús— como el «Príncipe de Paz» (Isaías 9:6). Una y otra vez durante su ministerio, Jesús neutralizó situaciones potencialmente explosivas en las que las personas podrían haber salido heridas. Cierto, persiguió a los cambistas hasta sacarlos del templo, y «les cayó encima» a los fariseos (Mateo 23), pero sólo por buenas razones. Jesús consideraba sus acciones cuidadosamente a fin de proteger a gente inocente del peligro.
La acción de Jesús en Lucas 4 tiene que asombrarte. Él fue a la sinagoga en Nazaret, se le dio un rollo abierto en Isaías 61:1-2, y comenzó a enseñar. De manera amable y lógica les dijo a las personas que Él mismo era el cumplimiento de esas palabras proféticas. La multitud se exaltó y lo acusó de blasfemia. Lo arrastraron a la cumbre de una colina cercana y se prepararon para causarle un daño mortal.
En este momento de peligro, cuando esa turba iracunda podría haber causado el incumplimiento del verdadero propósito de su venida, Él podría haberse defendido. Una palabra suya y legiones de ángeles armados habrían intervenido. Podría haber llamado fuego del cielo. Podría haberlos atacado con ceguera o con un relámpago. Pero en vez de ello se alejó. Simplemente se fue
Presencié un acto similar a ese cuando trabajaba en una fábrica. «El Gran Al» era un hombre enorme y fuerte. Pero era amable y era creyente. Una noche, tres o cuatro tipos comenzaron a burlarse de él y a acosarlo con comentarios racistas. Lo hostigaron sin misericordia tratando de hacer que perdiera el control y peleara. De repente, él se levantó y caminó hacia ellos, sus ojos centelleaban. «¡Ahí está!» Pensé. La tensión era enorme, hasta que él pasó justo al lado de ellos y regresó a su estación de trabajo.
Al era Jesús entre ellos. Y me enseñó una valiosa lección. Algunas veces, así como lo hizo nuestro Señor, un cristiano debe tener el amor y el autocontrol para simplemente alejarse. —DCE