La radio y la TV están llenas de presentadores de programas de entrevistas que deben llenar su tiempo en el aire con un constante flujo de palabras. Una noche estuve escuchando a uno de ellos mientras estaba pintando. Mientras escuchaba, la palabras salían de su boca más rápido que la pintura de mi rodillo. Entre las cosas que dijo (obviamente para estimular a las personas a que llamaran y discutieran con él) estaba ésta: «Odio la palabra amor. No la uso, y no quiero que nadie la use conmigo. No significa nada.»
Sentí lástima por ese tipo. ¿Cómo podía realmente siquiera pretender que hablaba en serio en cuanto a lo que estaba diciendo? Espero que sólo fuera una exageración radial, porque el amor es esencial para tener una existencia significativa y valiosa.
El amor es complicado, y requiere de no poco trabajo para que se dé. Pero definitivamente vale la pena intentar lograrlo, especialmente en nuestra relación con Dios. Y si queremos amar a Dios de verdad, es útil entender lo que nuestro amor hacia Él debe incluir.
Jesús estaba en Jerusalén cuando las multitudes «se admiraban de su enseñanza» (Mateo 22:33). Sin embargo, a dos grupos no les gustaba lo que Él estaba diciendo. Los fariseos y los saduceos parecían turnarse para tratar de engañar a Jesús y hacer que dijera algo por lo que pudiera ser arrestado. Finalmente, los fariseos hicieron a Jesús lo que creyeron que era una pregunta muy difícil: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?» (v.36).
Su respuesta: «Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (v.37). Amar a Dios requiere todo nuestro ser. Requiere nuestro corazón, nuestras emociones. Requiere nuestra alma, nuestro ser más recóndito. Y requiere nuestra mente, nuestra capacidad mental total.
Amar a Dios no es algo así como un amor adolescente. Es un compromiso total y sin reservas con Él. Significa que no nos contenemos en nuestro apego emocional a Él. Significa que permitimos que la presencia de Dios se hunda en lo más recóndito de nuestro ser y more allí. Significa que lo honramos con cada pensamiento y con cada consideración de nuestra mente.
¿Cómo amamos a Dios? Con todo nuestro ser. No hay mandamiento mayor. —JDB