«¿Qué estilo de adoración tiene su iglesia?» Yo sabía lo que la mujer estaba preguntando, pero decidí hacerme la tonta. «Ah, el de tipo regular —dije— ese en el que amamos a Dios y lo alabamos.» «No, no —insistió ella—. Me refiero a que si es contemporáneo o tradicional.» «Sí» —respondí.

Alguien interrumpió nuestra conversación y me quedé preguntándome: ¿Desde cuándo el estilo de adoración se había convertido en semejante problema?

No recuerdo a nadie hablando de estilos de adoración cuando era más joven. Simplemente adorábamos. Algunas veces al culto matutino se le llamaba el culto de «adoración», y al del domingo por la tarde se le llamaba el culto de «alabanza», pero a mí no me parecían tan diferentes. En ambos cultos cantábamos canciones, orábamos, teníamos música especial y el pastor hablaba basándose en la Biblia. Tal vez las canciones de la tarde eran un poquito más alegres, pero por lo demás, ambos cultos se centraban en una sola cosa: en Dios.

En 2 Samuel 6 leemos cómo David disgustó a su esposa debido a su estilo de adoración y la manera en que estaba vestido. Cuando el arca del pacto finalmente fue devuelta de la casa de Obed-edom, David se regocijó al máximo. Él «danzaba con toda su fuerza delante del SEÑOR» (v.14).

Los estilos sí varían en la iglesia. Mi hermana Kathy, quien fue misionera en el África por muchos años, me contó que cuando su familia visitaba una nueva iglesia, nunca importaba si no conocían el idioma. Ellos podían sentir la adoración entre la gente. Algunas veces, los cantos eran muy diferentes a la experiencia de ellos en los Estados Unidos, y la danza formaba parte integral del culto. Pero todo ello comunicaba amor a Dios.

Nuestros hermanos y hermanas en todo el mundo tienen culturas y antecedentes que los mueven a celebrar su amor a Dios de diversas maneras. ¿Acaso otro estilo de adoración es menos aceptable a los ojos de Dios que el estilo de nuestra propia iglesia?

No se trata de lo que pensamos. Nunca fue así. Se trata y siempre se tratará de lo que Dios piensa.  —CK