Muerto de hambre… abandonado… perseguido y acosado. David se escondió en cuevas y viajó al amparo de la noche durante años. Y todo por causa de un amigo. David había servido a Saúl y había creído en el rey. Le había sido leal a su causa y había arriesgado su vida en batalla. Hubo una época cuando fueron amigos, y Saúl lo consideraba como uno más de sus hijos.

Pero el rey se agrió con los celos y David pasó de ser un amigo a ser una presa. Saúl se había propuesto localizar a David. Él habría de asesinar a ese mismo a quien una vez había abrazado. David huyó, se arrastró en medio de las sombras y temió por su vida.

Entonces llegó un horroroso mensaje en un día inesperado. El rey y todos sus hijos habían sido asesinados. Se pensaría que el «cazado» se regocijaría de que su enemigo hubiese muerto. Pero no David. Él lloró.

Con el corazón destrozado, David compuso una canción de lamento. Era una canción para que todo Israel la adoptara en un momento de duelo nacional. En este poema oscuro aparecen palabras peculiares llenas de gracia: «Hijas de Israel, llorad por Saúl.»

¿Llorar por Saúl, quien lo había traicionado? Llorad por Saúl. David estaba lleno de defectos pecaminosos, pero había algo que conocía mejor que su propio fracaso: reconocía que su vida formaba parte de una historia más grande. Para David, la muerte de Saúl trataba de algo mucho más grande que él mismo. El verdadero drama no se centraba en el conflicto entre un pastor y un rey; estas escaramuzas sólo eran un subargumento dentro de una historia mucho más grande: la historia de Dios.

En la historia de Dios, Saúl era rey. Los monarcas, los rebeldes y las naciones sólo tenían un verdadero propósito: la gloria de un gran Dios. Y esta historia final permitió a David entender la vida de renegado que se le había atribuido. Esta historia mayor incluso le permitió guardar luto por la muerte de un enemigo.

La historia de Dios nos ofrece la misma invitación. No nos ocultará nuestro dolor, nuestro sufrimiento o nuestro pecado. Pero nos hará avanzar más allá de nosotros mismos, hacia un escenario mucho más espléndido en el que veremos el guión mucho más convincente escrito por Dios.  —WC