Los días 20 y 21 de mayo de 1927 marcaron un hito en la historia de la aviación, cuando Charles Lindbergh hizo el primer vuelo solo y sin escalas a través del Océano Atlántico. Ha habido muchos vuelos más que lo cruzaron, pero ninguno con un piloto que volara solo. Fue un logro histórico. Cuando Lindbergh aterrizó en Le Bourget Field, en París, una multitud de admiradores se agolpó para aplaudirlo por su proeza. Más tarde, cuando volvió a los Estados Unidos, lo honraron con desfiles y recompensas en reconocimiento a su valentía y espíritu individualista.
Aunque el vuelo a solas de Lindbergh fue peligroso, vivir en nuestro mundo caído puede ser mucho peor. Sin embargo, los seguidores de Cristo podemos sentirnos estimulados y consolados al saber que nunca tenemos que «volar solos». La noche antes de su crucifixión, Jesús prometió que no nos abandonaría, sino que enviaría su Espíritu para que morara en y con nosotros (Juan 14:16-17). Más adelante, el apóstol Pablo lo confirmó, diciendo: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Corintios 3:16).
En un mundo colmado de dificultades y desesperanza, podemos cobrar ánimo. El Espíritu Santo vive en nuestro interior y nos brinda su paz y su consuelo (Juan 14:26-27). ¿Acaso no estás agradecido de no tener que volar solo?