Ochocientos millones de dólares. Ésa es la cantidad que los Estados Unidos gastó en sus naves espaciales gemelas que fueron enviadas para buscar agua en Marte. La NASA recientemente envió los robots gemelos «Oportunidad» y «Espíritu» a nuestro planeta vecino para ver si hay H2O, o si alguna vez la hubo, en la superficie de nuestro vecino. No se trata de que estemos a punto de quedarnos sin el líquido aquí en la tierra, ni que necesitemos de una tubería de 250 millones de kilómetros conectada al planeta rojo para mantener nuestras botellas llenas.
No, esta agua tiene que ver con vida, con la existencia de la misma. Los científicos que siguen estudiando minuciosamente los datos enviados por estos dos pequeños vehículos marcianos están tratando de determinar si alguna vez existió vida en Marte. Y para que ello hubiera sucedido, tenía que haber habido agua. Sin agua, no hay vida.
Un par de miles de años atrás, dos trotamundos cruzaron la campiña de un reducto de la tierra llamado Samaria en busca de agua. Uno de ellos era una mujer que vivía en las cercanías. El otro era un hombre de Galilea. Terminaron encontrándose junto a un pozo cerca de un poblado llamado Sicar. Este pozo tenía su propia historia. Se encontraba cerca de un terreno que Jacob le había dado a su hijo José y a sus descendientes. Aquí, en el pozo de Jacob, Jesús encontró el agua que estaba buscando, y la mujer encontró el agua que no sabía que necesitaba.
En efecto, el agua es esencial para que exista la vida, tanto física como espiritual. Jesús le tenía una sorpresa a la mujer junto al pozo. Le ofreció lo que llamó el Agua de Vida. Se le ofreció a Sí mismo como ese agua, la fuente refrescante y renovadora de la vida eterna.
¿Conoces a alguien que esté buscando agua? ¿Conoces a personas que estén espiritualmente sedientas, o peor aún, espiritualmente muertas? Preséntales el Agua de Vida, a Jesús mismo. Él es el mayor descubrimiento de todos los tiempos. —JDB