Cuando Mitch Miller murió en julio de 2010, la mayoría lo recordó como alguien que invitaba a todos a cantar juntos. En su popular programa televisivo de la década de 1960, Sing Along with Mitch [Canta con Mitch], un coro de hombres interpretaba entrañables canciones mientras la letra aparecía en la pantalla para que los televidentes se unieran a ellos en el canto. Un obituario de Los Angeles Times citaba la creencia de Miller de que una de las razones del éxito del programa era el «atractivo» de sus cantantes: «Siempre exigí que se contrataran cantantes altos, bajos, calvos, regordetes, obesos, lo que fuera; tipos como todos». De esa diversidad unificada, surgía una música hermosa de la que todos eran invitados a participar.
En Romanos 15, Pablo llamó a la unidad entre los seguidores de Cristo, «para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» (v. 6). Al citar varios pasajes del Antiguo Testamento, habló de la unidad entre gentiles y judíos para cantar alabanzas a Dios (vv. 9-12). Una unidad considerada imposible se hizo realidad cuando personas que habían estado profundamente divididas empezaron a agradecerle en forma conjunta a Dios por haber demostrado en Cristo su misericordia. Al igual que ellos, nosotros estamos llenos de gozo, paz y esperanza «por el poder del Espíritu Santo» (v. 13).
Pertenecemos a un «coro» sin igual, ¡y qué privilegio es cantar juntos!