Cuando estudiaba en la universidad, oí muchísimas historias sobre compromisos. Mis soñadoras amigas hablaban de restaurantes glamorosos, atardeceres en la montaña y paseos en carruajes tirados por caballos. También recuerdo sobre un muchacho que simplemente le lavó los pies a su novia. Su «modesta propuesta de matrimonio» demostraba que entendía que la humildad es vital en un compromiso para toda la vida.
El apóstol Pablo también comprendía el significado de la humildad y su eficacia para mantenernos unidos. Esto es particularmente importante en el matrimonio. Pablo instó a resistir los impulsos de «primero yo»: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria…» (Filipenses 2:3). En cambio, deberíamos valorar a nuestros cónyuges más que a nosotros mismos, y ocuparnos de complacerlos.
La humildad en acción significa servir al cónyuge, y ningún servicio es demasiado pequeño ni demasiado grande. Después de todo, Jesucristo «… se humilló a sí mismo, […] hasta la muerte, y muerte de cruz» (v. 8). Su generosidad manifestó Su amor hacia nosotros.
¿Qué puedes hacer hoy para servir con humildad a la persona que amas? Quizá sea algo tan sencillo como no incluir coles de Bruselas en el menú o tan difícil como ayudarlo durante una larga enfermedad. Sea lo que sea, poner las necesidades del cónyuge por encima de las personales confirma el compromiso mutuo que practica una humildad como la de Cristo.