Hace algunos años, encontré un breve ensayo escrito por Sir James Barrie, un barón inglés. Allí describe íntimamente a su madre, la cual amaba profundamente a Dios y Su Palabra, y que, literalmente, había leído la Biblia hasta deshojarla. «Ahora es mía —escribió Sir James— y, para mí, los hilos negros con que la cosió son parte del contenido».
Mi madre también amaba la Palabra de Dios. La leyó y meditó en ella por más de 60 años. Guardo su Biblia en un lugar destacado de mi biblioteca. También está hecha jirones y rasgada; en cada página manchada están escritos sus comentarios y reflexiones. Cuando yo era niño, solía entrar en su cuarto por la mañana y la encontraba sosteniendo su Biblia en la falda, estudiando detenidamente sus palabras. Lo siguió haciendo hasta el día en que ya no pudo ver más lo que estaba escrito en esas hojas. Aun entonces, su Biblia seguía siendo su libro más precioso.
Cuando la madre de Sir James envejeció, ya no pudo leer más las palabras de su Biblia. Sin embargo, su esposo se la colocaba todos los días en las manos y ella, reverentemente, la sostenía.
El salmista escribió: «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca» (119:103). ¿Has gustado la bondad del Señor? Abre tu Biblia hoy mismo.