Algunos seguidores de Cristo esperan que la vida cristiana sea tan suave y fácil como lo es meterse en una cama cálida y cómoda: sin incomodidades, sin quejas, sin tensiones. El problema es que por lo general no sucede así, como tal vez hayas descubierto ya. A veces comenzamos a sospechar que Dios se está metiendo con nosotros. Puede que hasta empecemos a luchar con nuestra fe. Flannery O’Connor, una brillante escritora estadounidense y creyente en Jesucristo, pensaba en eso. Una vez observó: «Creo que no hay sufrimiento mayor que el causado por las dudas de aquellos que desean creer. Sé el tormento que es esto. Pero sólo lo puedo ver, en mí, como el proceso por el cual se profundiza la fe. Lo que la gente no entiende es cuánto cuesta la religión. Creen que es una manta eléctrica grande, cuando por supuesto, es la cruz.»

Más de un cristiano ha pasado por períodos de duda, tal vez llegando incluso a la desesperación. A menudo no se dan cuenta de que el acto de clamar por ayuda es una demostración de que la fe está muy presente y viva en ellos.

En una carta a un estudiante universitario que expresó sus dudas acerca de la fe cristiana, O’Connor escribió: «Hasta en la vida de un cristiano, la fe sube y baja como las olas de un mar invisible. Está presente aun cuando la persona no la pueda ver ni sentir.»

Nuestra desdicha es la evidencia de nuestra fe. Cuando clamamos igual que el padre perturbado del texto para hoy diciendo:«Creo; ayúdame en mi incredulidad» (Marcos 9:24), estamos expresando nuestra fe. A Su manera y en Su tiempo, Dios nos dará la seguridad que necesitamos.  —DCE