Steven Wiltshire, a quien llaman «la cámara humana», tiene la asombrosa capacidad de recordar pequeños detalles de lo que ve y, más tarde, poder plasmarlo en dibujos. Por ejemplo, después de sobrevolar la ciudad de Roma, le pidieron que dibujara el centro de la ciudad en un papel. De manera increíble, reprodujo exactamente las calles sinuosas, los edificios, las ventanas y otros detalles.

La memoria de Wiltshire es asombrosa. Sin embargo, hay otra clase de memoria que maravilla aun más… y que es mucho más vital. Antes de regresar al cielo, el Señor Jesús les prometió a Sus discípulos que enviaría al Espíritu Santo para que recordaran de manera sobrenatural lo que habían experimentado: «… el Consolador, el Espíritu Santo, […] os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:26).

Los discípulos habían oído enseñanzas maravillosas. Escucharon cuando Jesús les ordenó a los ciegos ver, a los sordos oír y a los muertos resucitar. Sin embargo, cuando los escritores de los Evangelios registraron estos acontecimientos, sus palabras no fueron el resultado de una memoria humana talentosa, sino que se las recordó un Consolador divino que se aseguró de que compilaran un registro confiable de la vida de Cristo.

Confía en la Biblia sin reparo. Fue escrita bajo la dirección de la «cámara divina»: el Espíritu Santo.