Cuando mi esposa y yo nos comprometimos, mi futuro suegro nos dio un regalo de bodas especial. Como era relojero y joyero, nos hizo los anillos de casamiento. Para el mío, Jim usó restos de oro, aparentemente sin mucho valor, de otros anillos a los que les había modificado el tamaño. Pero en las manos de este artesano, esos trozos se convirtieron en algo hermoso que aprecio hasta hoy. Es asombroso lo que un maestro artesano puede hacer con lo que otros considerarían inservible.

Así es como Dios obra con nosotros. Él es el Maestro Artesano más grandioso, que toma los trozos desperdiciados y los fragmentos rotos de nuestra vida y los restaura para convertirlos en algo valioso y significativo. El profeta Jeremías describió esto cuando comparó la obra del Señor con la de un escultor que modela la arcilla: «Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla» (Jeremías 18:4).

Independientemente del desastre que hayamos hecho con nuestra vida, Dios puede remodelarnos para ser vasijas agradables a Sus ojos. Cuando confesamos algún pecado y nos sometemos obedientemente a Su Palabra, permitimos que el Maestro haga Su obra purificadora en nuestra vida (2 Timoteo 2:21). Es la única forma de que las piezas destrozadas de nuestra experiencia vuelvan a ser unidas y restauradas.