Hoy es el 59no. aniversario del lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, Japón. En un relámpago cegador murieron unas 70.000 personas, sin duda alguna la mayor cantidad de personas que han muerto en masa en un solo instante en la historia del mundo. Se estima que tanto los resultados inmediatos como a largo plazo de la explosión, más la que afectó a Nagasaki al día siguiente, cobraron la vida de un cuarto de millón de japoneses.

Esto sucedió al final de un período perturbador de la historia humana que vio la masacre de unos 30 millones de seres humanos. Y todo vino junto con los esfuerzos de científicos, ingenieros y técnicos que elaboraron algunas de las armas de destrucción masiva más horribles, armas que todavía hoy amenazan al mundo.

En Génesis 4 leemos de los «padres» de aspectos específicos del desarrollo humano: los pioneros de la cría de animales domésticos, instrumentos musicales y metalurgia: Jabal, Jubal y Tubal-caín.

Para mí es interesante que forme parte del relato de apertura del impacto que tuvo el pecado original en la humanidad y que a la larga llevó a que Dios destruyera la primera civilización del mundo. Desde el mismo principio, el desarrollo humano se menciona junto con el bien y el mal humanos.

La verdad es que el desarrollo en sí mismo no es malo. Básicamente no es nada más que gente que usa su ingenio positivamente para hacer su trabajo. Lo ideal es que la gente use la creatividad que le dio Dios para desarrollar recursos creados por Dios para el bien de la humanidad.

La cosmovisión bíblica nos da algunas directrices para el uso de los recursos de desarrollo: no debería hacerse por ganancias egoístas, abuso de la creación, para ganar ventaja sobre los pobres y necesitados, para destrucción negligente ni para la matanza indiscriminada de otros que portan —junto con nosotros— la imagen de Dios.  —DO