En High Point, Carolina del Norte, había una vez un cartero que daba regalitos a los perros mientras hacía su ruta. Dale Baity tiene un corazón blando hacia las criaturas caninas. Mientras cubría su ruta de correo, el amable hombre daba apetitosos bocados a unos 50 perros tanto cruzados como de pura raza.
Las cosas iban bien hasta que Dale se tomó un día libre. Su sustituto no llevó regalitos. Un perro en particular objetó la falta de su bocado. El resultado final fue que el sustituto roció al hambriento perrito con aerosol de pimienta. ¡Pobrecito!
Pobre Dale. Todavía quiere alimentar a sus peludos amiguitos, pero el Servicio Postal le ha dicho que deje de hacerlo. El amable mensajero ha recibido órdenes de poner freno a su costumbre.
Cuando pienso en Dale me acuerdo de que la amabilidad no siempre termina en una respuesta positiva, ya sea que estés lidiando con el hombre, o con el mejor amigo del hombre.
¿Acaso alguien te contestó bruscamente esta semana cuando le dijiste una palabra cálida o incluso le diste un regalo? Eso pasa La gente que sufre y que está atormentada a veces actúa sin inhibiciones y hasta muestra desprecio por tu amabilidad.
Aunque puede que tengas deseos de desechar la idea de ser amable, no lo hagas. Pablo fue inspirado por Dios para que escribiera: «Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo» (Efesios 4:32).
Cuando tratas a la gente con amor, incluso cuando no lo merece, estás viviendo radicalmente, tal como Jesús te llamó a hacerlo. Y lo que es más, estás mostrando la evidencia de que su Espíritu está dentro de ti. «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio» (Gálatas 5:22-23).
Es comprensible que Dale Baity tuviera que dejar de repartir regalitos a los perros. Pero no hay razón para tú permitas que tu amabilidad se la coman los perros. —TF