El alfarero moldea con amor su barro. No se precipita. Quiere que sea perfecto. Incluso antes de que esté hecho sabe cómo será. Tiene un plan para su creación: será distinto a todas sus otras obras.
¿Qué hace el barro mientras el alfarero lo diseña? ¿Lo cuestiona? ¿Se queja de lo que se está haciendo? No. El barro se rinde totalmente al alfarero sabiendo que éste tiene un propósito perfecto en mente (Romanos 9:21). «Porque yo sé los planes que tengo para vosotros —declara el SEÑOR— planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza» (Jeremías 29:11).
Hace un par de veranos hice un viaje misionero a la República Checa y a Italia. Cuando llegamos a la República Checa, mi amiga Robyn y yo (quienes éramos las únicas canadienses en el viaje) descubrimos que no nos permitían entrar al país. No teníamos visas.
Durante casi dos semanas, uno de los líderes de nuestro grupo se quedó con Robyn y conmigo en las casas de unos creyentes italianos hospitalarios, mientras esperábamos que el resto del grupo regresara. Al principio, yo no podía entender por qué estaba sucediendo aquello. Yo quería estar en la República Checa ministrando como todos los demás. A diferencia del barro descrito arriba, cuestioné a mi alfarero.
Durante esas dos semanas aprendí algo muy valioso. Dios sabe qué es lo mejor para mí y puede convertir lo que yo vería como una situación negativa en algo absolutamente maravilloso (Romanos 8:28). Esas semanas de separación del equipo terminaron siendo para mí la parte más gratificante de todo el viaje.
Me alegro mucho de que Dios no me dé justo lo que quiero para que lo deje en paz por un tiempo. Es muy bueno saber que mi alfarero me ama, y que siempre sabe lo que es mejor para mí.
¿Y tú? ¿Estás pasando por una situación difícil? Confía en Dios. Él sabe lo que hace. —Heidi Haufe, Nobel, Ontario