Los casamientos siempre han sido una ocasión para las extravagancias. Las bodas modernas se han convertido en una oportunidad para que las muchachas vivan la fantasía de ser «princesa por un día». Un vestido elegante, un peinado elaborado, invitados con ropa de fiesta, ramos de flores, abundancia de comida y grandes festejos con amigos y familiares contribuyen a la atmósfera de un cuento de hadas. Muchos padres empiezan a ahorrar mucho antes para poder afrontar el elevado costo de convertir en realidad el sueño de su hija. Una boda real aumenta las extravagancias hasta un nivel que nosotros, «la gente común», raras veces vemos. No obstante, en 1981, muchos pudimos echar un vistazo a uno de ellos cuando el casamiento del príncipe Carlos y la princesa Diana se transmitió por televisión desde Inglaterra a todo el mundo.
Otra boda real está en etapa de preparación y será más elaborada que cualquier otra. Sin embargo, en esta, la persona más importante será el esposo, Cristo mismo; y nosotros, la Iglesia, seremos Su esposa. La revelación de Juan dice que ella se preparará (19:7) y que nuestro vestido de bodas serán nuestras acciones justas (v. 8).
Aunque los matrimonios terrenales duran solo una vida, las novias se esfuerzan para que su vestido sea perfecto. ¡Cuánto más, como la esposa de Cristo, deberíamos prepararnos para un matrimonio que se extenderá por la eternidad!