Cuando mi esposa y yo viajábamos por otro estado, alguien robó en el automóvil mientras estábamos almorzando. Con una sola mirada al vidrio roto, nos dimos cuenta de que habíamos olvidado esconder nuestro GPS (sistema de posicionamiento global).

Al revisar rápidamente el asiento trasero, llegué a la conclusión de que el ladrón también se había llevado mi computadora portátil, el pasaporte y la chequera.

Después, llegó la sorpresa. Esa misma noche, después de llamadas telefónicas y horas de creciente preocupación, sucedió lo inesperado. Cuando abrí la maleta, metido entre mi ropa estaba lo que pensé que había perdido. ¡No podía creer lo que veía! Recién entonces recordé que nunca había puesto esas cosas en el asiento trasero. Las había guardado en la maleta, la cual estaba guardada en el baúl del auto.

A veces, en la emoción del momento, nuestra mente nos juega una mala pasada. Pensamos que la pérdida es mayor de lo que es en realidad. Tal vez nos sentimos como David, el compositor de canciones, el cual, en su confusión, pensaba que Dios se había olvidado de él.

Más tarde, cuando recordó lo que sabía en lugar de lo que temía, su sensación de pérdida se tornó en un cántico de alabanza (Salmo 13:5-6). Su gozo renovado anticipaba lo que ahora nosotros debemos recordar: Nada puede robarnos lo más importante si nuestra vida está «escondida con Cristo en Dios» (Colosenses 3:3).