Gary se sentía culpable y no sabía por qué. ¿Acaso no estaba haciendo todo lo que un cristiano tiene que hacer? Después de todo, había escogido una universidad cristiana y había dedicado su vida a servir a Dios. Sin embargo, una nube de culpa cubría su vida. Temía el momento de ir a la capilla a causa de la hora de dar testimonios, cuando los estudiantes alababan a Dios por Su bondad en la vida de ellos. Para Gary, esa parte de la capilla había degenerado hasta convertirse en una exhibición cristiana superficial.
Semana tras semana, alguien se ponía de pie e informaba de manera radiante «cómo el Señor había provisto». ¡Cómo odiaba Gary esas palabras! Un estudiante contó de un giro postal anónimo que llegó a tiempo para pagar la cuota de mitad de semestre. Otro estudiante recibió un auto gratuitamente. Y otro recibió una beca por sorpresa.
Gary no oró en voz alta, pero pensó lo siguiente: Señor, ¿qué pasa? Yo te estoy sirviendo. Estoy estudiando arduamente. Oro y leo tu Palabra. Mi cuota también se va a vencer, Señor. ¿Cómo es que yo no recibo ningún dinero gratis?
En 2 Reyes 4, una viuda se encontraba desesperada (v.1). Su esposo, el cual temía a Dios, había muerto, dejándola sola ante un acreedor malo que estaba a punto de tomar a sus dos hijos como esclavos.
Como profeta de Dios, Eliseo pudo haber satisfecho instantáneamente las necesidades de la viuda. Pero optó por hacer un inventario de sus recursos: una simple vasija de aceite. Ese aceite, junto con la diligente obediencia de la mujer, se convirtió en súbita suerte económica (vv.2-7).
En el caso de Gary no sucedió instantáneamente, pero Dios contestó sus oraciones. Gary podía trabajar. Tenía salud y un empleo decente. Su auto, aunque no era impresionante, era confiable. Se graduó sin tener deudas y hoy sirve a Dios como pastor. Tal vez pienses que todos los «milagros» les suceden a otras personas. Y bien, ¡alaba a Dios por ellos! Alábalo también por las provisiones que hace para ti cada día. —TG