Durante una conferencia internacional de editoriales, un joven francés describió su experiencia en una actividad cuando autografiaba libros. Una mujer tomó una de sus obras, la hojeó y exclamó: «¡Por fin, una historia limpia!». Cortésmente, él respondió: «Escribo limpio porque pienso limpio. No es ningún esfuerzo». Lo que expresaba en forma impresa procedía de su interior, donde Cristo había transformado la esencia misma de su vida.
Juan 15 registra la enseñanza de Jesús a Sus discípulos acerca de que la única manera de tener una vida fructífera es permanecer en Él. En medio de Su ilustración de la vid y de los pámpanos, Jesús dijo: «Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado» (v. 3). El erudito bíblico W. E. Vine dice que la palabra griega traducida limpios significa «libre de mezcla impura, sin imperfección, sin mancha».
Un corazón puro es obra de Cristo, y sólo en Su poder puede permanecer así. Nosotros solemos errar, pero, «si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para […] limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). La renovación es una tarea interna.
Jesús nos ha limpiado mediante Su sacrificio y por Su Palabra. En la medida en que permanezcamos en Cristo, nuestro vocabulario y nuestras acciones pueden impactar a los demás como un manantial fresco y puro que brota desde adentro.