Tras sobrevivir a los horrores de los campos de concentración nazis, Elie Wiesel escribió una novela titulada El juicio de Dios. El autor, dejando entrever su propia crisis de fe, creó un personaje que acusa a Dios de «hostilidad, crueldad e indiferencia» por haberle dado silenciosamente las espaldas a Su pueblo en momentos de necesidad. En la trama, el único que acude a defender a Dios es un extraño que resulta ser el demonio.
El falso juicio de Wiesel está escrito en la tradición de un drama mucho más serio, contenido en una de las historias más antiguas de la Biblia. En el libro de Job, en el Antiguo Testamento, Dios es acusado de agravios no solo por Su peor enemigo, sino también por uno de Sus mejores amigos.
En la narrativa bíblica, Satanás acusa a Dios de comprar la lealtad de un hombre llamado Job. Según la opinión del adversario, ese hombre sigue siendo fiel al Señor a cambio de la disposición de Él de prosperar y proteger a su familia, su dinero y su salud.
En respuesta a esa acusación, el Creador le permite al diablo probar las motivaciones y la lealtad de Job mediante una serie de pérdidas personales. Los infortunios son tan trascendentales que tres de los amigos del protagonista dejan sus hogares para sentarse con él durante siete días en un silencioso sufrimiento.
Al principio, ante el repentino cambio de suerte, Job reacciona con dominio propio y reverencia, pero su dolor y amargura son tan grandes que, al final, se derrumba y acusa al Todopoderoso por los agravios. Sus tres consoladores se ponen tan nerviosos cuando oyen lo que dice Job, que se proclaman defensores de Dios y le dicen al patriarca que merece el sufrimiento que padece.
¿Qué están pensando sus amigos? Después de oír que Job se vuelve en contra de Dios, sus consoladores creen que saben la causa de sus pesares. Están convencidos de que, en la vida, «cosechamos lo que sembramos», y se respaldan mutuamente argumentando que existe una relación directa entre las pérdidas del patriarca y algún traspié moral secreto que se niega a admitir (Job 4:7-8). Insisten una y otra vez sobre la misma lógica. Dios no comete errores; cuando sufrimos, obtenemos el fruto que produjeron las malas semillas que plantamos.
En realidad, los amigos tienen razón desde el punto de vista teológico. Están en lo cierto al decir que Dios no castiga el bien ni premia la maldad. Pero, al tratar de defender a Dios de la injusticia de la que lo acusa Job, desvirtúan tanto al patriarca como al Señor.
Como resultado, nos encontramos con una extensa lista de argumentos entre Job y sus amigos donde el patriarca defiende su inocencia y sus visitantes lo acusan de encubrimiento.
¿Qué está pensando Job? Los pensamientos de Job sobre Dios podrían sorprendernos. En lugar de decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», en realidad, expresa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué no me dejas tranquilo?». En vez de pensar que el cielo ignora su agonía, suspira y jadea, declarando: «¿Qué es el hombre para que lo engrandezcas, para que te preocupes por él, para que lo examines cada mañana, y a cada momento lo pongas a prueba? ¿Nunca apartarás de mí tu mirada, ni me dejarás solo hasta que trague mi saliva? ¿He pecado? ¿Qué te he hecho a ti, oh guardián de los hombres? ¿Por qué has hecho de mí tu blanco, de modo que soy una carga para mí mismo?» (Job 7:17 LBLA).
Lo que Job no entiende es que el tribunal celestial había declarado como prueba inadmisible la conversación anterior entre Dios y Satanás, la cual explicaría su sufrimiento.
Un final inesperado. Cuando Dios habla en último lugar, no le explica a Job por qué lo dejó sufrir. Tampoco culpa al diablo por lo sucedido. El Señor del cielo ni siquiera les agradece a los tres amigos por tratar de defender el honor del Todopoderoso.
En cambio, en una jugada inesperada, habla desde una tormenta. En efecto, llama a Job al estrado de los testigos y le hace preguntas como: «¿Dónde estabas cuando yo hice el mundo? ¿Puedes comprender cómo lo hice? ¿Puedes hacer lo que hice yo?». Luego, Dios habla sobre el clima, el viento que cambia todo el tiempo y las nubes que acumulan agua y la liberan cuando se les ordena. Con argumentos finales que parecen no proceder de ninguna parte y a la vez de todos lados, el gran Juez del universo presenta una serie convincente de pruebas físicas.
La lógica es clara: «Si soy suficientemente poderoso y sabio para crear Orión en el cielo nocturno, un buey salvaje y un avestruz, ¿puedes confiar en mí mientras atraviesas el problema que permití en tu vida?».
Las quejas de Job son silenciadas. El argumento de sus acusadores queda invalidado. El mundo natural como testigo de la sabiduría y el poder ilimitados de Dios es suficiente para poner al patriarca de rodillas y hacerlo volver a sus cabales.
Y ahora, mientras nosotros somos probados, un águila se eleva en el cielo, un árbol hunde sus raíces profundamente en la rica tierra y despliega sus ramas al sol, un lobo aúlla, las ovejas merodean en busca de pasto, la luna llena ilumina la noche… mientras Dios espera que se recuerde el verdadero juicio de Su Hijo a nuestro favor.
Padre celestial, reconocemos con Job que las evidencias de tu poder y sabiduría que vemos en la creación que nos rodea son suficientes para poner en duda cualquier acusación en tu contra.