Cuando nos íbamos de Israel después de nuestra última visita,invité a nuestro guía judío a visitarnos en Michigan. «En realidad —dijo Tony—, estoy pensando en ir este verano.» Antes de que tuviera tiempo de disfrutar las buenas nuevas, me surgió este alarmante pensamiento: ¿Qué le íbamos a enseñar a Tony cuando viniera aGrand Rapids?
•Le podríamos enseñar el lago Michigan, pero él nos ha enseñado el mar Mediterráneo, el mar Muerto y el mar de Galilea.
•Podríamos llevarlo a la cima del Hotel Amway Grand Plaza y mostrarle el valle del río Grand, pero él nos ha llevado a la cima delmonte Carmelo y nos ha mostrado el valle de Armagedón.
•Podríamos mostrarle el puente de la calle Sixth con las luces encendidas, pero él nos ha mostrado la ciudad santa de Jerusalén con sus edificios de piedra blanca resplandeciendo bajo la radiante luz delsol.
•Podríamos enseñarle la fuente musical de Grand Haven, pero él nos ha mostrado una fuente en el desierto que irriga el mayor oasisde toda la tierra: Jericó.
•Podríamos enseñarle nuestra escalera de peces y dejarlo mirar salmones decididos luchando para nadar contra la corriente, pero él nos ha mostrado toda una nación que ha estado luchando contra la corriente durante siglos.
Entonces me vino este pensamiento tranquilizador: lo que importa no es donde vivo, sino quién vive en mí. Aunque Tony nos mostró las ruinas de la ciudad de Cesarea, la cual tiene un puerto marítimo yperteneció al rey Herodes, el lugar adonde el Espíritu Santo vino porprimera vez a los gentiles (Hechos 10), Tony no nos pudo enseñardonde vive ahora el Espíritu Santo.
Y eso es lo que podemos enseñarle nosotros. Tony necesita ver cristianos llenos del Espíritu Santo de Dios viviendo en el poder de la resurrección de Cristo. Tony necesita ver personas en quienes abundan la paz y el gozo de tal forma que se derraman a los demás en actos de amor, misericordia y compasión.
Por supuesto, Tony no es el único que necesita ver estas cosas. Nuestros amigos, parientes, compañeros de cuarto, profesores, compañeros de trabajo y jefes están desesperados por ver personas cuyas vidas sean la morada de Dios. —JAL