Conocí a mi esposa Marlene cuando estaba en la universidad. Yo me estaba especializando en tareas pastorales y ella estudiaba para obtener su título en educación en escuelas primarias. La primera vez que la vi trabajando con los niños, supe que tenía un talento natural para esa labor. Le encantaban los pequeños, y esto se hizo más evidente cuando nos casamos y tuvimos nuestros propios hijos. Verla con ellos era una lección de amor y aceptación incondicionales. Me quedó bien claro que no hay nada en el mundo que pueda compararse con el tierno amor y la compasión de una madre hacia su bebé recién nacido.
Esto es lo que hace tan notable el texto de Isaías 49:15. Aquí Dios le dice a Su pueblo que se sentía abandonado y olvidado (v. 14), que Su compasión era aun mayor que la de una madre: «¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti».
A veces, enfrentamos luchas en la vida y somos tentados a creer que el Señor se ha olvidado de nosotros. Incluso podemos llegar a creer que Él ya no nos ama. Pero el amor de Dios hacia nosotros es tan amplio como los brazos extendidos de Cristo en la cruz. Y la tierna compasión de nuestro Padre celestial es más confiable y duradera que el amor de una madre que cuida a su bebé. Consuélate con esta verdad: Su amor nunca falla.