Un grito de angustia procedente del cubículo próximo al mío interrumpió la conversación que sostenía con una amiga. «¡Oh nooooooo! El paquete que envié para que llegara al otro día debía estar en Nashville a las 8:00 de esta mañana, y ¡está en Las Vegas! ¿Qué voy a hacer?» (El hecho de que nosotros vivimos en Michigan significa que la ruta Las Vegas, Nevada a Nashville, Tennessee está un poquito alejada del camino, para no decir muy alejada.)
Cuando vine a trabajar a la mañana siguiente, pregunté a la señora cómo había terminado la situación. «¿Tienes un momento? —dijo—. Tengo que contarte el resto de la historia.»
Resulta que mientras ella conversaba con su cliente por teléfono la noche anterior se dio cuenta de que parte de la información que había incluido en el paquete mal dirigido estaba equivocada. En realidad estaba muy equivocada. Era información que hubiera tenido muchas ramificaciones negativas. Pero a causa del retraso, ella pudo corregir los problemas y enviar de nuevo el paquete.
Mientras ella y yo conversábamos del asunto pude ver la mano de Dios en todo el proceso. Ella se rió y me dijo que a veces se pregunta por qué Dios es tan bueno, sobre todo cuando nos ponemos de tan mal humor y tan tensos por cosas como paquetes mal enviados. Lo único que se me ocurrió pensar fue que Dios debe estar allá en el cielo meneando la cabeza y diciendo: «Si supieras…»
Un paquete en el lugar equivocado del país y en el momento errado del día es algo pequeño comparado con otras pruebas que tenemos en la vida. Pero es consolador saber que en toda circunstancia, en toda situación, Dios tiene el control. Y Él nos recuerda que por muy elevadas que sean nuestras metas, o por muy nobles que sean nuestros esfuerzos, sus pensamientos y sus caminos son mucho más altos.
Pablo resumió la obra de Dios en nuestra vida de esta forma: «Y a aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos» (Efesios 3:20-21). —PW