Antes de que impartiera mi primera cátedra universitaria, unexperimentado catedrático me dio este consejo: «Durante elprimer mes, haz que los estudiantes crean que eres tan malacomo un perro gruñón. De esa forma apreciarán más cuando final-mente sonrías.

En lugar de hacer caso a su sugerencia le dije a mis estudiantes deprimer año que quería que disfrutaran de la clase. Quería que llega-ran a amar el lenguaje y la composición tanto como yo. Para lograrlo,creía que tenía que hacer la clase divertida.

Pero lo que para ellos era diversión terminó siendo trabajo para mí.Confundieron la amabilidad con la debilidad, la misericordia con laindulgencia, y la paciencia con la tolerancia. Fueron irrespetuosos,desobedientes y morosos. Yo me enojé, me frustré y hasta perdí lapaciencia.

Un día, después de un fallido intento de hacer que guardaransilencio, dije abruptamente: «Ustedes me hacen sentir como Dios.Mi arrogante afirmación captó su atención.

Ustedes me hacen sentir como Dios —dije— porque todo lo queintento para su bien lo usan en mi contra. Yo no quiero enojarme niser dura. Pero si eso es lo que se necesita para que aprendan, lo seré.

Mis estudiantes no fueron los primeros en explotar la bondad conpropósitos egoístas. La Biblia contiene muchas historias, canciones yoraciones sobre experiencias similares que tuvo Dios con su pueblo.El Salmo 78, escrito por Asaf, y la oración de confesión registrada enNehemías 9 afirman que la bondad empieza con el cuidado y la pro-visión de Dios, pero el fracaso y la infidelidad humana la interrum-pen repetidamente.

Sin embargo, no sea que juzguemos muy duramente a los israeli-tas, la condición humana no mejoró ni siquiera después que Jesúsdemostrara personalmente la manera de vivir. A los cristianos quevivían en Roma, el apóstol Pablo escribió: «¿O tienes en poco lasriquezas de su bondad, tolerancia y paciencia, ignorando que la bon-dad de Dios te guía al arrepentimiento?» (Romanos 2:4)

A veces concluimos que la bondad de Dios para con nosotros encosas como la riqueza y la oportunidad es prueba de nuestra propiabondad. Pero esa es una suposición peligrosa y equivocada. Comodijo el apóstol: la bondad de Dios debe guiarnos al arrepentimiento,no al orgullo.  —JAL