Mi amigo Tim Davis cuenta que, cuando era niño, estuvo en Trinidad cuando la Reina Isabel fue a visitar la ciudad. Recuerda haber ido con sus padres, que eran misioneros evangélicos, para unirse a cientos de personas que se habían reunido para saludar a la reina. Agitando la bandera, observaba mientras el séquito pasaba por la calle: primero, los soldados; después, la guardia montada; y luego, la limusina desde donde ella saludaba a la multitud que la vitoreaba. Siguió mirando mientras la reina salía de la ciudad en su auto y dejaba atrás a todos, para que volvieran a su vida normal. Tim lo expresa así: «¡La realeza llegó a la ciudad y nada cambió!».
Para quienes hemos aceptado a Jesús como Salvador, hubo un día cuando la realeza llegó… a nuestro corazón. Como declara Pablo, nuestro cuerpo es «templo del Espíritu Santo» (1 Corintios 6:19); una realidad con enormes implicancias. El propósito de Su morada en nuestra vida es transformarnos para que vivamos de un modo que lo glorifique a Él. Nuestras relaciones interpersonales, la manera de servir a nuestro jefe, la forma de usar nuestro dinero, cómo tratamos a nuestros enemigos y todas las demás facetas de nuestra vida deben reflejar la maravillosa realidad de que la Realeza vive en nuestro interior.
¿Ha cambiado algo desde que el Rey Jesús entró en tu corazón? ¿El mundo lo nota o simplemente cree que Él pasó de largo?