Algunas historias verídicas sobre engaño y falsedad pueden sonar más extrañas que la ficción. Según una noticia de Associated Press, una mujer en Georgia fue arrestada después de tratar de pagar una compra de más de 1.500 dólares con un billete falso de un millón. Cuando la indagaron, la clienta, avergonzada, declaró que su ex esposo, un coleccionista de monedas, la había engañado dándole el dinero falso.
El valor del billete hace que nos preguntemos si, de veras, se puede llegar a engañar a alguien hasta el punto de hacerle pensar que es verdadero. De todos modos, quizá esta sea una buena ilustración del casi increíble problema de autoengaño del cual nos advierte el profeta. Cuando Jeremías dijo: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (17:9), expresaba un sentimiento de asombro que va más allá de nuestra capacidad de comprensión. Aquí no está diciendo que a algunos de nosotros nos resulta difícil ser honestos con nosotros mismos, sino que todos experimentamos lo mismo.
Felizmente, Dios escudriña nuestro corazón y entiende lo que nosotros no podemos ver (v. 10). Él nos da todo el fundamento para que digamos: «Señor, necesito que me ayudes. Por favor, muéstranos si estamos siendo honestos con nosotros mismos y contigo. Si no es así, ayúdanos a cambiar y a fiarnos de ti y no de nosotros».