La noche parece pasar lentamente. No puedes dormir. Te la pasas mirando el reloj. ¿Cuándo llegará la mañana? Por tu mente pasan toda clase de pensamientos respecto a lo que hay en la enorme caja que tiene tu nombre.
Finalmente amanece. Saltas de la cama, miras por la ventana y gritas: ¡Es… 25 de diciembre! El mes anterior a la Navidad parece muy lento, ¿no es cierto? La agresividad de los comerciales y especiales navideños te hipnotiza. Los regalos debajo del árbol parecen gritar: «¡Ábreme!» ¿Llegará la Navidad algún día?
Sé que estoy exagerando, pero eso nos ayuda a pensar cuánto tiempo tardó en llegar la primera Navidad. Durante siglos, los judíos estuvieron ansiosos, esperando la llegada del Mesías prometido. El mundo que no conocía nada también esperaba la liberación. Finalmente, cuando llegó el momento justo, Dios envió a Jesucristo a nacer en Belén.
¿Por qué la larga espera? No había llegado el momento correcto. Según el pasaje para hoy, Dios no envió a Jesús hasta que el escenario del mundo estuvo listo. Sabemos que el nacimiento de Cristo no tenía la intención de iniciar un ritual estacional de salir corriendo a comprar regalos. Más bien Dios envió a su Hijo a iniciar un nuevo pacto por medio de Su muerte sacrificatoria. Mediante la fe en Él, la gente iba a poder disfrutar de una relación personal con Dios.
Así que cuando veas el árbol de Navidad (y los regalos que hay debajo), piensa también en lo mucho que tuvo que esperar el mundo para la venida del regalo especial de Dios: su Hijo. Luego ¡regocíjate! No tienes que esperar hasta Navidad para experimentar los
beneficios del regalo especial de Dios. —JC
R E F L E X I Ó N
■ ¿Cómo puedo disfrutar a Jesús, el regalo de Navidad de Dios?
■ Señor, a veces me centro tanto en la Navidad que me olvido de Jesús. Gracias por enviarlo a morir por mis pecados.