Un par de muchachos universitarios hace poco jugaron con un tren… y perdieron.
Los dos amigos estaban caminando junto a los rieles del ferrocarril cuando vieron una gran locomotora que venía a toda velocidad en dirección suya. Uno de los dos tuvo una idea bastante mala: «Juguemos a la gallina.»
El otro estuvo de acuerdo y los dos se pusieron de pie uno a cada lado de los rieles. El que saltara primero a un lugar seguro era el «gallina», y el otro «ganaría».
El tren tocó la sirena… el conductor hizo señas con los brazos… uno de los muchachos saltó justo a tiempo. Al otro lo golpeó el tren y el impacto lo arrojó a más de 20 metros de distancia. El muchacho que jugó y «ganó» se ganó un boleto de ida al hospital, donde lo admitieron en condición grave.
Pararse delante de un trozo grande de metal que pesa cientos de toneladas no es una buena idea. Estás jugando con tu propia vida.
Otra mala idea, por lo que le hace a tu vida espiritual, es jugar con dinero. ¿Por qué? Jesús dijo: «Mirad, guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lc. 12:15). Las apuestas se basan en alimentar la codicia. Es como ir por los rieles de la vida con el mantra: «Dame más, dame más, dame más.»
La codicia es pecado porque nos lleva a quitar la mirada de Dios y a procurar las ganancias materiales. «Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (v.34). La lotería, los tragamonedas, los casinos, las apuestas a los caballos y a los eventos deportivos son todos malas decisiones. Tu vida espiritual se oscurece por la codicia que está en el centro mismo del juego.
¿Cómo evitar que te atropelle el juego? Nunca pises siquiera cerca de allí, y sal corriendo si te sientes tentado. Las apuestas son como jugar a la gallina con un tren. —TF
R E F L E X I Ó N
■ ¿Apuesto de alguna manera?
■ ¿Cómo afecta el juego mi relación con Dios?
■ ¿Por qué puede ser un asunto serio comprar un billete de lotería?