A lo largo de la historia, a María, la madre de Jesús, se la ha tenido en alta estima. ¡Y está bien que sea así! Dios la escogió para dar a luz al Mesías largamente esperado.
Sin embargo, antes de perdernos en la trascendencia de su vida, echemos un vistazo a lo que significó para ella someterse a la tarea asignada. Vivir en una pequeña y estancada aldea de Galilea, donde todos se conocían, implicaba que tendría que enfrentar la sentida vergüenza de su embarazo premarital. Es probable que la explicación que le dio a su madre sobre las visitas del ángel y del Espíritu Santo no haya calmado las cosas. ¡Ni qué decir de la devastadora interrupción de los planes de casarse con José que ese embarazo produciría! Ya que estamos pensando en José, ¿qué le diría ella? ¿Él le creería?
A la luz de estas implicancias personales, la respuesta de María al ángel, que le dio la noticia sobre su papel como madre de Jesús, es asombrosa: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lucas 1:38). Sus palabras nos recuerdan que, por lo general, una vida notable va precedida de un corazón dispuesto a someterse a la voluntad de Dios, sin importar cuánto cueste.
¿Qué experiencia significativa tiene Dios preparada para ti? Todo empieza sometiéndose a Él.