Cuando cursaba el primer año del instituto bíblico, empecé a tener más valor para hablar del Señor. No me sorprendió que mi nueva costumbre generara roces con algunas personas. Esto se evidenció en una ocasión cuando asistí a un evento social con algunos de mis ex compañeros de la escuela secundaria. Una joven, a la cual anteriormente le había testificado, se rio de mi interés en cuanto a dónde pasaría ella la eternidad. Ed, otro amigo que sabía de mi fe, dijo bromeando: «¡Tres hurras por la antigua cruz del calvario!». Me sentí menospreciado y rechazado.
Sin embargo, horas más tarde, esa misma noche, me inundó un amor inexplicable. Al recordar el mandato de nuestro Señor: «Amad a vuestros enemigos […], y orad por los que […] os persiguen» (Mateo 5:44), oré por Ed, que se había burlado de la cruz de Cristo. Con los ojos llenos de lágrimas, le pedí al Señor que lo salvara.
Más o menos al año, recibí una carta de Ed donde decía que quería que nos encontráramos. Cuando por fin nos reunimos, me contó cómo se había arrepentido de sus pecados e invitado a Cristo para que fuera su Salvador y Señor. Más tarde, me sorprendí cuando oí que había ido como misionero evangélico a Brasil. La lección que aprendí por experiencia es que la mejor respuesta para la oposición espiritual es la oración. ¿Acaso habrá alguien que critica tu fe que hoy pueda necesitar tus oraciones a su favor?