De repente un día, los chillidos al otro lado del pasillo anuncian un nuevo compromiso en el campus. Todo el mundo se apresura a felicitar a la feliz joven y a admirar la «roca» que tiene en el dedo. Todas envidian el diamante y alaban su belleza.
Sin embargo, detrás de la brillante gloria de aquel diamante hay un largo y duro proceso de desarrollo. Después de años de oscura formación en la tierra, sale de una mina sudafricana como un mineral nada impresionante, opaco y mal formado. Es entonces cuando se coloca en las manos de un artesano que conoce su potencial y sabe cómo sacar su esplendor.
Aun entonces el procedimiento no es fácil. La cruda piedra se estudia, se mide y se parte cuidadosamente. Se necesitan repetidos cortes antes de que el artesano llegue a los defectos y las decoloraciones para poderlos pulir. Sólo entonces está listo para colocarse en el dedo de una futura esposa.
El proceso de perfección nos recuerda la manera en que Dios trae nuestros pecados a la superficie de nuestra conciencia para eliminarlos. Pone presión con mucho cuidado justo donde se necesita. Nunca nos quebranta arbitrariamente. Por el contrario, su plan es aumentar
nuestro valor y llevarnos a la gloria.
Al afligirnos fielmente, como dice el salmista (119:75), Dios obra en nuestra pecaminosa autosuficiencia, codicia, lujuria y orgullo. Interviene en esos pensamientos y actitudes que nos hacen transigir en el carácter y reducen nuestra capacidad de reflejar su sabiduría y bondad. Lo hace porque nos ama.
Y nosotros debemos hacer nuestra parte. Si participamos con Dios en esta obra sometiéndonos a Él, desarrollaremos un carácter cristiano más hermoso que un diamante. Descubriremos el valor eterno de ser «cortados a la perfección». —MD
R E F L E X I Ó N
■ ¿Está el Señor obrando en algún aspecto de mi vida ahora mismo para moldearlo y perfeccionarlo? ¿Duele?
■ ¿Hay alguna parte de nuestra vida espiritual que necesite pulimento? ¿Mi adoración? ¿Mi integridad personal? ¿La pureza moral?